Amor y otras cosas
Amor y otras cosas
“El día que una mujer pueda no amar con su
debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no
humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre,
fuente de vida y no un peligro mortal.” – Simone de
Beauvoir
(Conrad Roset)
No busco un amor perfecto, de hecho no
busco nada. Pero si en el camino encontrara un alma aventurera que le haga
compañía a la mía, me haría sonreír y me sentiría acompañada. Aclaro, no me
siento sola, solo que estaría más acompañada.
La
última vez que quería amar de manera
perfecta las cosas salieron mal. Principalmente, porque no existe tal
cosa
llamada perfección. Todo somos un conjunto de imperfecciones que nos
hace ser lindamente imperfectos. Siempre tratando de alcanzar algo que
no podemos tener, que aveces presionando tanto lo acabamos ahorcando o
nos paramos ahorcando a nosotros
mismos.
Desde que decidí superar la primera y
última relación tormentosa que tuve en mi vida y dediqué más tiempo a
aprender sobre mí, a crecer y a descubrir qué era lo que me gustaba y lo que me
hacía sentir viva, me di cuenta lo mucho que había sufrido por haber buscado la
perfección con una persona que estaba igual de mal preparada que yo. Una
persona insegura, que buscaba llenar un vacío que solamente ella podía, una
persona con poco autoestima que buscaba amor para amarse a sí misma, además de
posesiva y celosa que buscaba poseer algo en vez de solamente dejarlo libre y
dejarlo ser.
Miro hacia atrás y recuerdo esa primera vez que
me dolió todo el cuerpo (no solamente el corazón) y después de un tiempo comprendo
lo mucho que esa patada en el estómago me estaba enseñando. Las cosas nuevas
asustan, la libertad asusta. Cuando me sequé las lágrimas después de unas
cuantas terapias con la psicóloga y con amigas, después de superar las primeras noches
que lloraba abrazando almohadas por sentirme tan sola y olvidada en una cama,
comprendí que nadie iba a amarme más que yo misma. Que si yo no aprendía a
lidiar con esos demonios de la soledad física y no aprendía a estar con mi peor
enemiga y mi mejor amiga a la vez (yo), nunca iba a conocer el amor.
Me tocó duro aprender y entender que no existía
una media naranja, ni un alma gemela y que los cuentos, solo son cuentos. Que
yo era una persona completa, un poco confundida y con dolores de desamor, pero
completa. Que no necesitaba a nadie que viniera a completarme, ni que me dijera
lo guapa que estaba, lo lindo que me quedaba el pelo de la manera que lo
cargaba, ni tampoco lo inteligente que era y lo cabrona que también podía
llegar a ser, si yo cuando me lo dijeran, igual no lo iba a creer.
Hasta el día que decidí darle amor a la
persona más importante, aprendí que los seres humanos estamos hechos de
espirales de emociones que se mezclan con sentimientos, hormonas e instintos
naturales. Que así como apreciamos lo físico, también buscamos lo que no
podemos tocar, pero sí sentir y oler. Que buscamos compañía, porque somos seres
sociales. Y que si mantenemos un equilibrio de esta mezcla de sabores y colores
y respetamos los límites y derechos de cada persona, podemos ser capaces
encontrar y vivir un amor que los cuentos de hadas, las novelas y las películas
describen como perfecto.
Un amor comunista, donde la otra persona no
es propiedad del otro; un amor libre porque comprendemos que amar no es tener
al otro prisionero; un amor honesto y sincero porque podemos hablar sin tener
miedo; un amor feminista porque buscamos la equidad y el equilibrio de ambas
partes; un amor amigo porque sabemos dar apoyo y estar en altibajos; un amor
seguro, porque a pesar de no hablar todos los días, besarse todos los días o
hasta estar lejos, los celos y las inseguridades pasan hasta el último escalón
de la pirámide. Pero sobre todo un amor compañero que pueda entender que la
vida es un camino, en donde a veces hay que empujar, jalar o caminar de la
mano.
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