Ahogándome en un vaso con agua

Ahogándome en un vaso con agua


"Una historia sobre la depresión"


(Foto: Tania Pilz) 


"Perdóname, pero seguir sería peor. Estoy muy enferma, esa ya no soy yo. Te quiero con locura. Comprendeme que ya no podía vivir más tiempo." 
- Marina Tsvetáyeva
Todos los seres humanos llegamos a sentirnos tristes en algún momento de nuestra vida, por alguna situación que nos haya pasado o estemos pasando, con el tiempo se nos olvida o el problema se soluciona, pero ¿qué pasaría si esa tristeza llega a durar más de unas cuantas horas, semanas o meses se empieza a exteriorizar?

Cuando tenía 14 años fue la primera vez que visité un psicólogo. Al principio me dio un poco de vergüenza aceptarlo, porque en las sociedades que hemos construido es normal que cuidemos nuestro cuerpo y nos veamos bien por fuera, pero nos olvidamos de nuestra salud mental y de lo que estamos sintiendo. Además se tiene la idea falsa de que quien visita a un psicólogo está loco (¡que alguien me venga a explicar lo que es ser “normal” por favor!).

Apenas llevaba algunos años en la famosa adolescencia y sentía un peso enorme de estar viva. Creo que cuando llegamos a adultos, nos olvidamos de lo difícil que puede ser todo ese cambio por el que pasamos durante la adolescencia, los cambios hormonales, los cambios en nuestra percepción del mundo y el trato que nos dan los mayores. Ya no somos niños, pero tampoco adultos y a veces queremos volar cuando apenas estamos echando plumas. Pues además de todo ese cambio por el que estaba pasando, a mí me pasaba algo más.

Uno de mis amigos que estudiaba psicología, me dijo una vez que nuestra mente puede bloquear algunos recuerdos de nuestra niñez y adolescencia para evitar sentimientos desagradables. Algo así había pasado en mi cabeza, pero por alguna razón a esa edad empecé a tener algunos recuerdos de mi niñez y fue en ese momento que mi humor y mis relaciones con los demás empezaron a cambiar, además de que nos acabábamos de mudar con mi familia a otro país en donde no conocía ni a las personas, ni sus costumbres, ni mucho menos su forma de pensar. El conjunto de muchas cosas que estaba viviendo pudo haber sido la razón de desencadenar una serie de sucesos que me llevaron a visitar al psicólogo por primera vez.

Me sentía triste y enojada. Estaba enojada con mis padres, con mis hermanas, con mis compañeros del colegio, mis amigos, hasta conmigo misma, estaba enojada con el mundo y eso me hacía sentir triste porque no lograba que nadie entendiera por qué me sentía así. Hasta que pasaron las primeras sesiones con mi psicóloga y ella nos explicó que lo que tenía era depresión y a partir de ese momento he entendido el por qué de muchos sentimientos y  el por qué de mis reacciones ante algunas cosas, que para los demás pueden ser normal.

La depresión, a pesar de ser un tabú para muchas sociedades, no es más que otra enfermedad que cualquiera puede tener y puede ser hasta hereditaria. Lo difícil es aceptar que habrán personas que no la entienden y que van a juzgarte porque “te sientes triste” y ya se te pasará, pues va más allá de sentir solo eso.

Es molesto tener que soportar las crisis en donde todo el cuerpo te duele sin razón alguna, te sientes cansada, con hambre que comas lo que comas jamás te sentirás llena y en otros momentos no comer absolutamente nada porque a pesar de tener hambre, sientes que no te hará sentir mejor. Es molesto tener que parar de hacer lo que estés haciendo para solamente ponerte a llorar y si estás en público, entonces aguantarte las ganas hasta que llegues a casa. Es molesto perder todo un día porque se te escapa, mientras duermes y duermes y otros días que apenas has podido dormir unas cuantas horas por el insomnio y las pesadillas. Y ni hablemos de los ataques de pánico, en donde te quedas sin aire, te da taquicardia y quieres ponerte a llorar otra vez. Y eso solo es cuando la “tristeza” se exterioriza, pero además está aquel sentimiento de haber perdido todas las esperanzas en la vida. Nada hace sentido, el sentimiento de culpa es insoportable y es cuando llegan los pensamientos suicidas y junto con ellos, algunas acciones suicidas.

En Internet encontramos siempre información sobre la depresión desde el punto de vista de los médicos un tanto superficial porque hasta que nadie lo siente, no puede explicar realmente lo que es. Lo curioso es que nunca adivinarías quien puede padecer de depresión, porque pueden ser personas como yo, sociables, alegres, que les gustan las fiestas, aventureras y que le encanta viajar y compartir con los demás. Eso es lo que soy la mayor parte del tiempo, cuando estoy bien, así como todos somos “nosotros” cuando estamos sanos. Pero otra cosa es cuando me toca soportar una pequeña crisis y no quiero salir ni a la esquina de mi casa por mi batido favorito.

Y sí, me he encontrado con gente cercana que no ha sabido cómo reaccionar cuando ven mis muñecas que cuentan historias sobre mis arranques de furia o de tristeza extrema. Creo que lo mejor es a veces no tocar el tema y si se insiste mucho, no contestar con “el suicidio es un camino para cobardes”. Claro que lo entendemos, pero cuando estás en una crisis, no te paras a razonar y pensar en todos los que van a quedarse aquí cuando te vayas. Esta parte de la historia, solamente la entendí hace poco, cuando uno de mis conocidos se suicidó y nadie esperaba que estuviera tan mal como para llegar a tomar esa decisión. 

La depresión, como otras enfermedades puede llevarte a la muerte o dejarte cicatrices. Una persona depresiva, lo único que busca es dejar de sentir por un momento y créanme, no piensa en nadie más. Es contradictorio como podemos ser tan fríos y al mismo tiempo tan sensibles emocionalmente. Y con estas palabras no busco ni compasión, ni lástima, solamente quiero compartir un texto desde el punto de vista de alguien que cada cierto tiempo pasa por lo mismo (porque es algo que nunca nos deja) y recomendar que así como cuidamos nuestro cuerpo, le pongamos más atención a nuestra mente. Porque si nuestra mente no está bien, el cuerpo tampoco lo estará.
Sería una lástima que una vida se pierda por no haber podido pedir ayuda mientras nos ahogábamos en un vaso con agua. 

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