Bailando entre flores

"El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos." - Simone de Beauvoir





El día de ayer me tocó vivir experiencia que como mujer y feminista me ha afectado mucho emocionalmente y psicológicamente. Creo que la mayoría de veces tenemos que experimentarlo en carne propia para entender por qué afecta. Por lo general soy una persona muy apasionada y receptiva con las emociones humanas. Me afecta mucho el hecho de ver o vivir una injusticia y no poder hacer nada por mi impotencia. 



Desde que regresé a Nicaragua he estado luchando todos los días y en todo momento que salgo de mi casa, contra el acoso callejero con el que amigas y compañeras nos topamos todo el tiempo. Algo en mí se enciende, la adrenalina corre y sin medir peligros me lanzo a defender lo que es mío. Mi derecho a salir a la calle sin que me estén acosando, mi derecho a caminar vestida como a mí me ronque la gana, mi derecho a la vida, mi derecho a ser tratada con respeto y sobre todo mi cuerpo. 


No sé si de algo ha servido. Ayer agotada y totalmente devastada me repetía en mi cabeza una y otra vez que no. Que no ha servido para nada y que no servirá para nada. Soy yo en contra de un hombre, de dos hombres, de un grupo de hombres y ayer contra un grupo de mujeres, quienes según yo, iban a ponerse de mi lado en un momento como ese. Pero supongo que todo ha sido por mi culpa, por creer en la solidaridad de género y ser ingenua de creer que alguien se pondría de mi lado en un país en donde se defiende al acosador, agresor o violador y la víctima tiene que ver como lo supera o “aceptar el cumplido”. 


Creo que al final no me ha afectado tanto el hecho de defenderme de esos acosadores, sino el de aceptar que hay gente que los defiende. De señoras que prefieren que a sus hijas, hermanas, sobrinas o nietas se las coman con las miradas, las traten como un perro callejero y les digan las cochinadas que quieran porque los pobrecitos solamente estaban saludando. Me ha dolido el hecho de sentirme sola, de saber que en la calle hay mujeres que aprueban las costumbres cavernícolas de algunos hombres y que aceptan que sus derechos de ser una humana sean pisoteados 10, 20 o las veces que ellos quieran. Si permiten esto ¿cómo nos podemos sorprender después de leer a diario noticias de niñas abusadas y violadas,  si como víctimas nos encontramos con un agresor defendido? 



Al llegar a casa me he desmoronado y he empezado a llorar al teléfono con un buen amigo y sus intentos de bajarme esos sentimientos de impotencia y soledad. Y muchas veces le he repetido que jamás iba a entender por qué me afectaba tanto, porque él era hombre y nunca iba a tener que lidiar con esas situaciones en su vida. Bajo la ducha seguía sollozando por los sentimientos revueltos que me provocaba el hecho de que mujeres se hayan burlado de mi intento de defensa, y haberme dicho que me fuera de regreso a mi país, por porque no siendo de aquí no tenía derecho a defenderme y debía aceptar que las cosas eran así aquí en Nicaragua. 


Si ahora escribo de esto, es porque me sigue afectado y lo seguirá haciendo cada momento que me encuentre con una mujer machista, que prefiere mil veces defender a los portadores de enfermedades para la sociedad. Y a pesar que sigo muy dolida, una parte de mí me grita que no importa las veces que tenga que llorar a puertas cerradas, que siga con mi lucha. Mientras que otra parte me insiste en seguir viajando y buscando un lugar en donde pueda caminar libre.

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